Todos me acusan de tener una serenidad pasmosa, de ser un tipo inmutable incluso. Que quieren que les diga la profesión va por dentro. Sin embargo el flujo (en ocasiones torrente) mental no cesa, a veces hasta el agotamiento, producto de la neurosis colectiva que todos a veces padecemos.
Y digo toda esta panda de estupideces porque últimamente no hago más que recibir buenas noticias, y yo en mis trece, con mi incredulidad en todo momento. Pues sí, no tengo ni idea de disfrutar del momento, y eso me jode. Quizás por eso aquí sentado esperando el fin de año, esperando saber deleitarme de todo cuanto me rodea y todo lo bueno que está por venir.
El trabajo y nuevos proyectos, Lei (sus proyectos y deseos), el viaje, los aitas, los jinetes del Apocalipsis, un nuevo hogar, los viejos amigos, las conversaciones eternas sobre la filosofía (barata) de la vida, las cenas de antaño, los helados, mis hermanos, el deporte, la lectura, el valor y la energía (la no desidia), la bicicleta vieja, el orden (el anhelado orden), el reconocimiento, las celebraciones sin causa (ni efecto), el weblog, el deporte, el euskera, el fondo de armario, las gafas, los agradecimientos, las noches en el coche, los deseos, la (buena) alimentación, una bufanda, mi salud (y la de los míos), el trabajo (el buen trabajo), el esfuerzo mantenido y la voluntad, los mensajes, el fin de las quedadas postergadas (o el fin de las amistades a la deriva)
y otros tantos deseos.
Un próspero año nuevo a todos.
Imagen de una escapada a Vitoria.